El alumno y la profesora: entre clases y gemidos
Por DivasSensuales2.2
Enviado el 30/06/2025, clasificado en Adultos / eróticos
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Siempre he sentido atracción hacia las mujeres mayores y la profesora Roxana tenía entre 40 y 45 años cuando la conocí. Yo estaba en mis 20 cuando la vi entrar al salón de clases por primera vez. Una morena voluptuosa, bien vestida, con un tono de voz fuerte, imponente ante los jóvenes a los que debía enseñar su materia. La Profe tenía fama de ser estricta y difícil, pero presté atención a cada una de sus clases para que me notara.
Al terminar las clases, esperaba sentado disimuladamente en algún lugar desde donde pudiera verla retirarse. A veces ella caminaba hasta su oficina o hasta el estacionamiento y yo desde lejos observaba su enorme trasero menearse al ritmo de sus pasos. Un día salió directo hasta donde estaba sentado y me dijo “Sé lo que estás haciendo, ven conmigo”. Ella no se veía molesta, pero estaba nervioso, sabía que venía algún sermón, tal vez una advertencia, esperaba que no fuera tan grave.
Llegamos a su despacho, un espacio con un escritorio, una pizarra y varias sillas. Me explicó que mi estrategia era bastante obvia y me preguntó por qué la miraba tanto, por qué no dedicaba mi esfuerzo en seducir a las chicas de mi edad y no en mirar a alguien que me doblaba la edad.
Le confesé que su personalidad, su manera de enseñar y su belleza me tenían a sus pies desde el primer día, y que la edad es lo de menos cuando una mujer es tan hermosa. Ella sonrió y me dijo “Eres joven y apuesto, además de que tienes buenas calificaciones en mi clase. Así que no me voy a molestar por esto, en realidad me siento halagada, pero tienes que dejar de mirarme tanto”.
Le pedí disculpas y mientras hablaba me interrumpió para decir: “Tú y yo tendremos un pequeño secreto, con la condición de que cada vez que te llame a mi oficina, dejarás de hacer lo que estés haciendo y vendrás de inmediato”. Por supuesto que accedí, “Usted solo escríbame y estaré aquí, haré lo que sea que necesite”.
Ella suspiró y dijo “Necesito que dejes de mirarme en público y comiences a mirarme en privado” mientras iba quitándose la ropa. Su blusa y falda cayeron al suelo, ella me miraba, se inclinaba, sonreía. Luego quitó su ropa interior, caminó hacia mí y se alejó nuevamente, me lanzaba besos, se acariciaba desde sus senos hasta su entrepierna. Yo solo miraba atónito, casi sin respirar, con mi corazón acelerado y una erección notable en mis pantalones.
Se acercó a mí, me quitó la camiseta y dijo “Sácalo”, lo tomó con sus manos y comenzamos a besarnos mientras ella me masturbaba. Sus suaves labios y los míos se capturaron en un apasionado beso. Mis manos recorrían su cuerpo desnudo y mi pene se endurecía cada vez más al sentir su tacto.
“Ahora quiero que me lo metas”, susurró en mi oído. Se recostó sobre su escritorio y abrió las piernas. Tomé uno de sus pies y fui besando desde ahí por toda su pierna hasta llegar a su vagina, le di unas cuantas lamidas y puse mi pene en la entrada de su paraíso. Metí solo la punta, pero ella me atrapó con sus piernas y me hizo introducirlo completo de una vez. Se sentía increíble, tantas veces había fantaseado con ese momento.
“Más duro, por favor” exigió mirándome fijamente. No necesitaba esa orden, era justo lo que iba a hacer. La tomé por sus piernas, por su cuello, por todos lados para poder afianzarme y metérselo con todas mis fuerzas. “Hacía mucho que no tenía un hombre dentro de mí” dijo entre lágrimas de placer.
La oficina se llenó de nuestros gemidos y el sonido del choque piel con piel, tratamos de no hacer un escándalo, pero el placer sobrepasaba la capacidad de pensamiento. Ella se vino con un pequeño grito, mojando mi pene, desbordando fluidos, repitiendo mi nombre. Pero yo seguí penetrándola, esforzándome por darle la mejor cogida de su vida.
Sus piernas estaban temblorosas y como pudo se volteó, exponiendo su delicioso trasero ante mí. Su respiración acelerada hacía que su voz sonara aún más sexy, “Vamos, sigue” me suplicó. La tomé por la cintura y continué con mi trabajo. Entrando y saliendo, ella cubría su boca para ahogar los gritos y volteaba para asegurarse que la estaba disfrutando.
“Qué rico” fue la frase más repetida por ambos. Con cada empujón sus nalgas rebotaban como gelatina. Decía cosas como “¿Te gusta cogerte a tu profesora? Eres un hombre delicioso, qué rico me lo haces” y eso más me excitaba. La penetré tan fuerte que sucumbió al placer y nuevamente tuvo un orgasmo. Ese momento casi me hizo explotar, pero tuve tiempo para advertirle que estaba por llegar.
Ella rápidamente se tiró al suelo. De rodillas ante mí me masturbó frenéticamente con su lengua lista para recibir mi descarga. Esa escena aceleró la llegada y un chorro tras otro cayeron en su rostro. Con sus dedos recogió todo el semen que pudo hasta su boca y lo tragó con emoción.
Sudados y felices nos vestimos, ella me pidió que me retirara, no sin antes recordarme nuestro trato, debía ir a hacerle lo mismo cuando ella lo pidiera y me advirtió que si un día faltaba, ese día se acabaría todo. Por supuesto que he cumplido con cada llamado, pero me queda solo un año de carrera y no sé qué sucederá después, no sé si es casada ni donde vive, no nos hemos visto fuera de la universidad y prácticamente no hablamos mucho, cuando estamos juntos son más los gemidos que las palabras.
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